Cuerpos diversos y sexuales

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Por una u otra razón siempre se presentan variaciones y cambios en el proceso de vida en nuestro cuerpo, edad, pensamientos, gustos y decisiones, por lo que siempre habrá diversidad entre nosotros que puede expresarse en la esfera biológica, psicológica, social, cultural e histórica. Esto permite que cada grupo humano potencialice o vulnere algunas características o personas que presentan cuerpos diferentes, maneras de pensar distintas y opciones de vida alternativas a la nuestra. Se establece un continuum de normalidad-anormalidad, simbolizado de diferentes maneras, que genera clasificaciones de tipo biológico-funcional, estadístico e ideológico y moral sobre características valoradas en cada grupo, en el que la diversidad funcional y la sexualidad no son la excepción y son temas tabúes que se han rodeado de malos entendidos y prejuicios.

Personas integrales (y sexuales)

Las personas con discapacidad son seres humanos integrales, no personas que tienen que “aprender” una sexualidad diferente; si bien algunas discapacidades de tipos sensorial, intelectual, mental y específicamente físicas pueden modificarla, no la anulan. De esto surge la necesidad de difundir los derechos sexuales y reproductivos de las personas con discapacidad entre los que se encuentran: derecho a recibir información sobre sexualidad, derecho a recibir educación sexual, derecho a expresarse sexualmente, derecho a tener acceso a servicios de ayuda, derecho a ser tratados como seres sexuados, derecho a recibir información sobre los efectos adversos de medicamentos en la sexualidad, derecho a relacionarse con otras personas, derecho a tener privacidad e intimidad, derecho a formar parejas, derecho a la maternidad y paternidad.

Existen movimientos internacionales que difunden estas garantías, como el Movimiento de Vida Independiente que en el 2015 creó el documental Yes, we fuck. Además hay acciones de organizaciones de la sociedad civil como Cal’Handis, que publicó en 2009 un calendario fotográfico para demostrar que un cuerpo diferente puede ser bello, deseable e incluso propuesto y expuesto a la desnudez.

Cuando una persona con discapacidad expresa su sexualidad es blanco de críticas y se le niega su derecho a disfrutar de afectividad y erotismo, confiriéndole una serie de estigmas como creer que es “dependiente”

En algunos países europeos se ha establecido la necesidad de la educación erótica y cuidados que hacen necesario un asistente sexual, cuya actividad profesional consiste en ayudar a personas con diversidad funcional a acceder a la intimidad sexual previo consentimiento. Estos profesionales deben tener conocimiento detallado de las necesidades específicas y en su caso contar con la solicitud y autorización de tutores o familiares. Sin embargo, esto ha sido muy cuestionado, sobre todo en la discapacidad intelectual o mental en la que la práctica sexual puede ser catalogada como transgresión, sin tomar en cuenta que cualquier actividad sexual que produzca placer, sentimientos de realización y felicidad a una persona y a su pareja, sin que cause daño físico, mental o moral y no afecte a terceras personas, es completamente aceptable.

Prejuicios que limitan

La Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial (2011) indican que la gente con diversidad funcional o discapacidad suma cerca del 15% de la población mundial y esto se debe a alteraciones congénitas, secuelas de enfermedades, accidentes, guerras y tratamientos corporales.

En la actualidad se utilizan los criterios de la Clasificación Internacional de la Funcionalidad (CIF) que integra una perspectiva ecológica (integración persona-ambiente) y un enfoque biopsicosocial, lo que permite un engranaje dialéctico entre el modelo médico y el modelo social para evitar la estigmatización de estas personas, y denomina a la “discapacidad” como “un fenómeno multidimensional resultado de la interacción de las personas con su entorno físico y social [evitando que] los individuos […] sean reducidos o caracterizados sólo sobre las bases de su deficiencia […] de tipo física, sensorial, intelectual o mental, de origen congénito o adquirida”.

Üstün, en su obra Disability and Culture: Universalism and Diversity (OMS y Hogrefe & Huber Publishers, 2001) manifiesta que la persona no “es” discapacitada, sino que “está” discapacitada y que no es consecuencia de “su deficiencia” sino de “su adecuación al entorno”.

Tal situación genera estrés por tratar de cumplir con “ideales y “estereotipos” que mitifican, rechazan o toleran todo lo que no es “normal”. De ahí que cuando una persona con discapacidad expresa su sexualidad es blanco de críticas y se le niega su derecho a disfrutar de afectividad y erotismo, confiriéndole una serie de estigmas como creer que es “dependiente”, que “está enfermo”, que sólo puede tener pareja y familia con otras personas con discapacidad, que es “asexuada” o “hipersexual”, que no es apta para las prácticas sexuales “completas y satisfactorias”, que si alguien sin dicha condición mantiene relaciones con ella es porque no tiene otra opción o presenta “problemas emocionales”.

Estas ideas se agudizan cuando la discapacidad es intelectual porque se asume que estas personas no pretenden tener vida sexual e intimidad, que “no se les puede educar sexualmente”, que se requiere esterilizarlas para evitar problemas de higiene y embarazos no deseados. Además, quienes las rodean o fungen como tutores suelen nulificar sus aspiraciones o necesidades sexuales y afectivas, “protegerlas” o “no inquietarlas” con información sexual. Y si la persona antes de adquirir la discapacidad tienen pareja se puede generar un cambio en los roles y pensar que su desempeño sexual puede ser “desgastante” e “impropio”.

La persona no “es” discapacitada, sino que “está” discapacitada y que no es consecuencia de “su deficiencia” sino de “su adecuación al entorno”.

El informe de la International Disability Alliance al Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas (2012) establece que “los derechos de salud sexual y reproductiva de las personas con discapacidad han sido negados o malinterpretados por profesionales de la salud, políticos y la sociedad”. Manifiesta que se les considera como “no aptas para la actividad sexual y para ejercer los derechos y responsabilidades parentales”.

Todas las personas merecen una sexualidad plena

Tenemos varias tareas pendientes para generar un ambiente más equitativo y romper el estigma hacia las personas con discapacidad y su sexualidad, entre ellas: reconocer que los derechos sobre salud sexual y reproductiva no son independientes del ejercicio de otros derechos; informar y empoderar a las personas sobre la necesaria vivencia erótico-afectiva; reconocer la libertad de expresión de la preferencia sexual e identidad de género; concientizar sobre las consideraciones éticas y legales que evidencian las dificultades que enfrentan las personas con discapacidad, sus familiares y las instituciones; generar estudios multidisciplinarios en el campo de las ciencias, educación y cultura; promover la accesibilidad y la calidad de los servicios de atención para la población sexualmente activa, específicamente la prevención de infecciones de transmisión sexual (ITS) y planificación familiar; generar políticas públicas y protocolos para la salud sexual, reproductiva y emocional de las personas con diversidad funcional, sus parejas y familiares; promover el autocuidado, orientación, educación, los grupos de autoapoyo, la rehabilitación sexual y la asistencia reproductiva.

Estas acciones nos permitirían reconocer la diversidad funcional, generar cambios en los consensos sociales y hábitos culturales para que se incluya el principio de igualdad y diferencia como derechos fundamentales para reducir la discriminación y violencia. Urge despatologizar la sexualidad de las personas con diversidad funcional y deconstruir los prejuicios, sólo así se podría iniciar el proceso de cambio estructural hacia un modelo de convivencia social donde la diversidad sea indicador del grado de libertad que tienen los sujetos en su sociedad.

 

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